La música terrenal nos permite oír un débil eco de aquellas dulces modulaciones que el oído común de los mortales no puede aprehender, y que despierta en ellos la memoria espiritual de lo que oyeron en una vida anterior. Al purificar sus almas, les infunde un amor apasionado por las cosas divinas; los desprende de lo terrenal hasta el punto de que olvidan comer o beber, y eleva sus deseos hacia la bóveda estrellada, que alcanzarán cuando estén libres de su envoltura de barro. De todos los instrumentos, la lira de siete cuerdas es el más apto para recordarle a los hombres el concierto eterno de la gran sinfonía cósmica. Aquellos que cultivan el arte de la música se preparan a sí mismos un camino a través de los cielos hasta el lugar del Santísimo, tan seguro como el de los espíritus más poderosos. Y el coro de los cantantes divinos exhorta al alma que se eleva a cumplimentar su ascensión, o bien antes cada uno la saluda en su camino mientras se eleva de un cielo a otro… Macrobio dice que “Las leyes de muchos pueblos y tierras prescriben que se debe acompañar con canciones a los muertos durante su entierro: esta costumbre se fundamenta en la creencia de que las almas, al abandonar el cuerpo, regresan al origen de la magia de la música, es decir, al cielo”.
Johann Mattheson en 1747 se tomaba el trabajo de demostrar que tenía que haber música en el cielo y que esa música existía desde antes de la creación del hombre, del mismo modo que duraría por la eternidad.
Las visiones de este mundo que incluían la música celestial se hicieron particularmente frecuentes durante la Edad Media cuando la liturgia se comenzó a extender a la gente común, estimulándolos no solo a asistir a los servicios sino también a que los entendieran de manera subjetiva.
Incluso más importantes que testimonios oculares o auditivos son las experiencias de los místicos que verdaderamente han tomado parte en un tipo superior de música.
Todas las tradiciones religiosas que reconocen la existencia de los ángeles coinciden en otorgarles atributos musicales. La tradición cabalística del judaísmo habla de una canción que los ángeles cantan cada vez que Israel canta su canción humana de alabanza, haciendo que las dos resuenen juntas.
Existen muchos otros testimonios sobre la posibilidad de vivir una vida terrenal en ese estado de conciencia angélica. Lo confirman teósofos muy convincentes. Algunos explican que al igual que cada persona contiene en potencia las cualidades del hombre universal, los tres estados de conciencia, que conocemos en lo cotidiano, el de la vigilia, el de los sueños, y el dormitar sin sueños, encarnan experiencias en los tres mundos: el elemental, el planetario o astral, y el angélico. Rudolf Steiner describe brevemente en una conferencia sobre música la transformación de estos estados cuando se ha alcanzado un grado suficiente de conciencia o iniciación espiritual.
El canto de los ángeles es su gnosis, o para decirlo de otro modo, lo que ellos saben que no puede ser hablado, solo cantado.
En El Silmarillion, de J.R.R.Tolkien, el primer capítulo se titula “La música de los Ainur”, y en él se describe cómo “Eru, el Único, al que llaman Ilúvatar” les anunció un fortísimo tema a los Ainur (“Los Santos que eran vástagos de su pensamiento”). Ilúvatar dijo:
“Del tema que os he anunciado, quisiera que ahora todos vosotros juntos hicierais una Gran Música. Y dado que os he encendido con la Llama inextinguible, vosotros debéis mostrar vuestros poderes adornando este tema, cada uno, si quiere, con sus propios pensamientos y recursos. Pero yo me sentaré a escuchar y estaría contento de que a través de vosotros una gran belleza se hiciera canción.
Luego las voces de los Ainur, como si fueran arpas, laúdes y flautas, y trompetas, y violines, y órganos, y como si fuesen innumerables coros cantando con palabras, comenzaron a labrar el tema de Ilúvatar en una gran música. Un sonido se elevó de infinitas melodías intercambiadas que se enlazaban en una armonía que iba más allá de la audición hasta las profundidades y hasta las alturas, y los parajes donde habitaba Ilúvatar se llenaron a rebosar, y la música y el eco de la música salieron al Vacío, y dejó de estar vacío”. Tolkien, El Silmarillion.
(fragmentos del libro titulado: Armonías del cielo y de la tierra, escrito por Joscelyn Godwin).