El canto gregoriano (también conocido como canto llano) es quizá el canto más elaborado que se ha hecho para conseguir un equilibrio entre el cuerpo y el Ser. Cuando Gregorio el Grande (540-604) fue elegido papa, una de sus prioridades fue desarrollar la música litúrgica, con el fin de impulsar una primavera espiritual de la Iglesia: Fijó en ocho modos el canto creado por San Ambrosio dos siglos antes, que solo comprendía cuatro, lo que dio origen al canto llano o canto gregoriano, este iba a facilitar la devoción al incrementar la concentración de pensamiento de los fieles. Con este canto el espíritu se entregaba por completo, y las emociones y pasiones más turbulentas se apaciguaban por un tiempo.
El canto llano es la plegaria y la música de la Iglesia, es impersonal, está por encima de la debilidad de un compositor, está protegido contra cualquier ataque o crítica, es tan sólido como la Tierra y tan tranquilo como la esperanza. Es el único oficio musical que vale la pena. El canto llano está por encima de todos los compositores, del pasado, el presente y el futuro. Posee a un mismo tiempo toda la pureza, la alegría y luminosidad necesarias para el vuelo del alma hacia la Verdad. Es terapéutico, relaja, calma y eleva el alma. Además, ofrece a cada cual lo que es capaz de recibir.
Existen muchas razones para pensar que el canto gregoriano se inspiró en la música de los druidas, la música religiosa del mundo celta que aún permanecía viva en el oeste de Europa (en las islas británicas, el siglo VI fue la época del rey Arturo, Morgana, Merlín el Encantador y los caballeros de la Mesa Redonda…). Históricamente somos los herederos de la música druídica: a través de los siglos existe una permanencia de las civilizaciones ya desaparecidas, pero que están de nuevo resurgiendo.