El sonido posee una inmensa fuerza creadora. Es un componente primario de la energía molecular y afecta a la materia; por ello, tiene un enorme impacto sobre el paisaje del mundo dentro de nosotros y sin nosotros. Desde tiempo inmemorial se ha creído que el sonido está en el centro de la creación y conforma el universo en el que vivimos. Sitúate por un momento en la auténtica verdad de tu nacimiento – en cierto sentido, tu primer acto creativo -. Al entrar en el mundo, tu primer acto independiente fue respirar y, a continuación, producir un sonido, el sonido de tu creación. ¡Desde entonces, cada vez que has producido un sonido te has recreado a ti mismo!
A lo largo de los siglos hemos desarrollado una comprensión del poder de transformación del sonido y hemos llegado a entender el modo en el que el sonido, como fuerza viva, posee también la capacidad de transmutar la vida. Puede transformar nuestros pensamientos y sentimientos, y con ello la misma sustancia y estado de nuestros cuerpos. Como ilustración simple de esta idea, piensa en lo terriblemente duro que puede resultar el sonido de un martillo o el del pitido de un coche cuando nos sobresalta en un momento de reflexión personal. Este entendimiento radical ha llevado a los científicos a explorar horizontes nuevos, como el desarrollo de instrumentos mediante ondas sonoras que tienen el poder de transformar la energía celular y, en consecuencia, de sanar el cuerpo humano.
Sin embargo, de todos los sonidos existentes, en mi opinión el más poderoso es el de la voz humana. Su fuerza viva, que respira y crea, nos otorga la capacidad de realizar cambios asombrosos en nuestros pensamientos y sentimientos, en nuestras creaciones y construcciones. Pues el poder de nuestra voz cristaliza el pensamiento y, por ello, su energía puede usarse para transmutar nuestro aspecto exterior, nuestra actitud, nuestras creencias, nuestra creatividad y nuestra presencia física; transforma nuestras vidas.
Extracto del libro: «La Alquimia de la Voz» (Stewart Pearce)